PRESENTACIÓN
Conocí a Joaco Martín hace décadas y también hace décadas perdimos contacto. Recuerdo imágenes dispersas de una discoteca de Navalmoral de la Mata, cartas del Tarot, inglesas en Mojácar, El hombre sin atributos o lánguidas flautistas… Reapareció en mi vida cuando decidí escribir este libro y su amistad me enorgullece. Su insólita capacidad para ser libre, reírse del mundo y vivir de ello merecía un capítulo en Todo es verdad.
Joaco Martín
EL GRAN CIRCO HUMANO
En la película Matrix, Neo trabaja antes de su conversión en la típica consultoría de los 90. Era igual que la mía. Una planta diáfana, con un montón de crucetas, como las llamábamos. En cada cruceta había cuatro puestos separados por paneles. La cruz evoca la santidad a partir del trabajo. Y eso se repetía en una serie enorme, donde las piezas también éramos nosotros. Me gusta imaginarlo desde arriba, si contemplamos todas las cruces parece un cementerio. La oficina estaba sobre una subestación, un lugar donde la energía eléctrica desciende de voltaje para distribuirla después a nivel doméstico. De vez en cuando se oían explosiones de arcos eléctricos, interruptores gigantes que se activaban y desactivaban y la pantalla de los ordenadores vibraba. Era como tener una bestia eléctrica bajo los pies. Además el centro de formación estaba en una central nuclear.
Ahora, más de 20 años después, estoy en las antípodas. El clown se sitúa en el lugar del perdedor, de lo fallido, de las pretensiones imposibles. Es todo lo contrario de un ingeniero de éxito. Aunque, desde una perspectiva más amplia, todo es una enorme representación teatral y todos, incluso quienes creen que tienen los mejores personajes, los más importantes, son también payasos. A su manera.
La iluminación final sería aceptar que no existe la iluminación, que no hay cambios en lo que ocurre sino en la conciencia. La vida es un cambio continuo, un crecimiento eterno.
Acababa de terminar Ingeniería de Telecomunicaciones y trabajaba como consultor de sistemas. Me esperaba un brillante porvenir. No me resultó muy difícil la carrera. La terminé en sus años, 6, cuando era mucho más difícil que ahora. Nunca me acabó de convencer la ingeniería, queda muy limitada a lo técnico. Siempre tuve unos intereses más amplios, que incluían al ser humano en los ámbitos artísticos, filosóficos o psicológicos. Estudiar ingeniería me ordenó la mente, me ayudó a desarrollar capacidades pero no me llenó. Me interesaba mucho más comprender el comportamiento del ser humano. Mi madre tuvo una etapa depresiva cuando ya no era tan niño ni tan dependiente, sobre los 7 u 8 años. Tal vez me venga de ahí el peso que cargo sobre los hombros porque me puse la tarea de ayudarla y cuidarla. Estudié ingeniería por el condicionamiento de mi padre, por eso no opté por la biología, la medicina o el periodismo. Él era químico, inspector de enseñanza media y antihumanístico. La psicología y la filosofía le parecían una estupidez. No concebía que su único hijo varón no hiciera lo que a él le hubiera gustado. En aquella época los ingenieros y los consultores eran los reyes del mambo, aunque faltaba poco para que su estatus empezara a caer. Al fin y al cabo un ingeniero no es más que un obrero cualificado.
No había cumplido los treinta cuando cambié de camino y aprobé las oposiciones a profesor de instituto. Me sentí realizado impartiendo clases. Tenía una deuda conmigo mismo. Había satisfecho lo que mis padres podían esperar y me sentí libre para tomar mi camino. Dejé la ingeniería el mismo año que oposité, que fue el mismo año que mi padre murió. Su- puso una liberación. Siempre juzgaba si lo que yo hacía era correcto o incorrecto, incluso aunque no lo hiciera. En cierto modo abandonar la ingeniería fue una revolución contra sus imposiciones y contra el patriarcado.
Aprobé las oposiciones a la primera, aunque pasara 2 o 3 años de estudio, diez horas cada día. No me considero especialmente inteligente, pero sí creo que tengo mucha capacidad de trabajo. Y es peligroso porque cuando tienes mucha fuerza de voluntad y te propones un propósito equivocado te puedes hacer polvo. Puedes acabar siendo tu peor jefe, tu peor juez, tu peor explotador. Siempre he sentido atracción por la gente hedonista porque me falta esa conexión con el placer. Soy aún muy calvinista.
Pasé 12 años de profesor, todos en Extremadura. Mi vida allí fue normal, mantenía buenas relaciones con los alumnos y con los compañeros. Lo disfruté, pero quería ser escritor. Desde pequeño escribía mucho, con 8 años había terminado pequeñas novelas, y pensaba que solo necesitaba tiempo y constancia para conseguir el éxito.
Mis años como profesor supusieron un reencuentro con las relaciones humanas. La vida en una capital de provincias es más humana, hay más tiempo para la gente, es un tipo de vida más tranquila, con más posibilidades y convivencia. Los pueblos, sin embargo, me superaban porque la comunidad era tan pequeña que se pierden el anonimato y la independencia, estás siempre visible y expuesto.
Mi situación en aquella época estaría representada por la torre, una de las cartas del tarot. Dejó de tener sentido el montaje intelectual que me hice, regalé mi biblioteca de 3.000 libros y me deshice de todas mis propiedades materiales. Me quedé con una maleta y me fui a Ibiza a estudiar clown, buscando vivir conectado con mi cuerpo, en relación con los demás y con la naturaleza.
En la empresa pesa demasiado la competitividad. Aunque tengas amigos, esa carga permanece en el ambiente. Las relaciones son instrumentalizadas. No está tan lejos la organización empresarial de la estalinista. Es un lugar donde la democracia no aplica, ni las relaciones humanas horizontales, sinceras o libres. En la enseñanza era más posible. También porque yo tenía el propósito de relacionarme con mis alumnos como personas, manteniendo su rol de alumnos, pero respetándoles como seres humanos. Había un acuerdo implícito con ellos. No podía cambiar la obligatoriedad de que estuvieran allí, ni las diferencias básicas, pero no pensaba añadir ni una gota más de deshumanización. Mis clases no es que fueran jauja, porque debían permanecer en el aula y superar unos exámenes, pero intentaba que resultasen lo más amenas posibles. En aquella época también tuve un perro. Era un bulldog francés, se lla- maba Batman y fue otro maestro. Un perro es un animal muy dependiente, debes estar con él, alimentarle, llevarle al veterinario. Batman me enseñó a responsabilizarme de otros seres. También profundicé en la filosofía oculta, la perenne. Es la fuente más profunda de conocimiento o sentido que podemos darle a la existencia. Una visión unificadora previa a cualquier religión, a cualquier filosofía, a la ciencia… Un conocimiento primigenio, que puede rastrearse en todas las culturas y tradiciones. Todas tienen a nivel subconsciente unos arquetipos, que definen su estructura. El conocimiento humano se realiza apoyándose en esos arquetipos, iguales en toda cultura huma- na. Es posible que conecten con lo biológico. Me interesaba también el tarot, el Iching, la magia cabalística, la astrología, la alquimia… Cualquier ámbito del conocimiento. Escribía cinco horas al día sin descanso y leía muchísimo, leía conduciendo, comiendo…
Pero un día todo se desmoronó. Mi situación en aquella época estaría representada por la torre, una de las cartas del tarot. Dejó de tener sentido el montaje intelectual que me hice, regalé mi biblioteca de 3.000 libros y me deshice de todas mis propiedades materiales. Me quedé con una maleta y me fui a Ibiza a estudiar clown, buscando vivir conectado con mi cuerpo, en relación con los demás y con la naturaleza. Tenía treinta y muchos años, casi cuarenta. Entrar en una librería me producía ansiedad, angustia, no podía hacerlo. La vida tiene muchos aspectos y posibilidades. Si solo te centras en uno, si te obsesionas, los demás enferman, y yo me había obsesionado con la literatura. Por reacción, decidí hacer caso a mi sombra, a lo que había negado, que era todo lo espontáneo, lo extrovertido, el humor, lo ligero.
Pedí una excedencia y decidí dedicarme al clown. No es lo mismo que payaso: el payaso entronca con la tradición del circo, el clown implica un replanteamiento que no siempre está ligado al circo y busca una comicidad propia. En la tradición del payaso priman el gag y los estereotipos, pero el clown busca el humor genuino, lo esencial en ti como persona. Tu autenticidad cómica. Renací como ácrata, como libertario, cambié la carta de la torre por la carta del loco. Renuncié a la máquina en la que me había convertido. No se nos puede convertir en monstruos, cien por cien orientados a la competitividad, a la explotación de uno mismo y de los otros. Nuestra sociedad está normatizada, no existe apenas la libertad. Tu ser debe orientarse a la competitividad y la explotación de ti y los otros. No se puede vivir con eso, solo sobrevivir. Como dice un amigo, necesitamos mucho circo y algo que se parezca a pan. No viví el abandono de la enseñanza, ni de la consultoría, como una renuncia, sino como el desprendimiento de una piel vieja, que ya no era la mía.
Las primeras veces que actué con público, con la nariz de clown, fue en Ibiza. Fue una especie de ritual que conectaba con una realidad paralela, donde podía jugar a ser lo que siempre había deseado. Vivía el clown como una experiencia personal, situada más allá del escenario. También me gustaba mucho salir a la calle como clown, casi siempre con la nariz roja. Hacía turismo “clownesco”: vestido con mi ropa y mi gorro especiales me subía en autobuses y en trenes. Conocía a gente así, seguía los impulsos, buscaba la complicidad, iba por la vida jugando e invitando al juego. Lo que debería ser vivir. Mi clown se llama Polinomio, en homenaje a mi pasado ingenieril. Si el clown es verdadero debe contener tu propia historia.
En Ibiza se inicia un proceso que no es tan hippie: la madurez, el punto intermedio entre el ideal de libertad expresiva, juego, disfrute y humor que es el espíritu “clownesco”, y la necesidad de vivir. Hay que pactar entre la parte responsable, paterna, y la parte infantil que querría seguir siempre jugando. Llegar a un equilibrio, intentando no aplicar esquemas de autoexplo- tación. He creado una compañía y gestiono una sala propia, donde programamos talleres, espectáculos… Uno de nuestros espectáculos más icónicos se llama El gran circo humano, donde los actos circenses vienen de la propia persona, jugando con su ego, con su identidad… Uso la metáfora del freak show, mostrando que ese desajuste, esa diferencia, esa rareza que tienen los freaks la tenemos todos, pero ellos la muestran y la convierten incluso en espectáculo, mientras el resto se piensan normales. No lo son, pero ocultan su parte oscura, la reprimen, hacen pactos en plan yo no veo lo tuyo y tú no ves lo mío e incluso se normalizan. Es una de las causas de la enfermedad mental. La salud psíquica consiste, en cierta manera, en aceptar ese desajuste. Es lo que nos hace creativos, diferentes, únicos… Obviamente existe lo común, pero lo común sin lo diferente es enfermo. Mi papel en el circo humano es el de maestro de ceremonias. Presento a los personajes, a medio camino entre el clown y el freak, propongo las estructuras con las que impro- visan, lanzo los retos… Visto con un frac, un chaleco dorado, una chistera… Muy ring master. Entre el vodevil y el circo.
El gran problema, lo que aún debo superar, ocurre cuando te rebelas contra lo que deberías haber sido, contra el designio familiar. Genera un sentimiento de culpa difícil de borrar. Aún lo noto y eliminarlo es el trabajo que resta por hacer. Cuando te rebelas contra lo que te han marcado como bueno o correcto sientes culpa. Por no ser ingeniero, no ganar dinero, por no ser una persona normal o convencional. Ese sentimiento hace que no te permitas el goce, que te sientas mal, incluso frente a los mejores éxitos.
He desarrollado más el clown como profesor y dramaturgo que solo como profesor. Siempre me pregunté por la meto- dología, por las causas, la dramaturgia. La dirección me salía con naturalidad. Al fin y al cabo, en la literatura y la ingeniería mandas. Pero el teatro me aportó lo vivo, lo directo. Me ayudó a estar con mi cuerpo, con mis emociones, con la gente. No tengo hijos, pero sí hijos simbólicos. Son mis alumnos tanto en el instituto como en la escuela de clown. No hay tanta ruptura en mi vida, hay un fuerte componente pedagógico, de cuidado de los otros, que se mantiene, aunque no pare de aprender. Cuando uno quiere aprender algo, lo enseña. Y yo quiero disfrutar la relación humana, ampliar la conciencia. Enseñar esto, con la intención de enseñarlo, es como vivir en una universidad continua donde practicas esa búsqueda. De la vida y de la muerte. Es sano ser consciente de la muerte. Ayuda a que realicemos actos que repercuten en nuestro bienestar y en el de los demás. Pero creo que la mayor trascendencia ocurre en el presente. Es en el presente donde hay que ser eterno.
Sé que si hubiera sido consultor estaría ganando 15.000 € al mes, pero me habría sentido como quien vende su alma al demonio. No me habría compensado. El gran problema, lo que aún debo superar, ocurre cuando te rebelas contra lo que deberías haber sido, contra el designio familiar. Genera un sentimiento de culpa difícil de borrar. Aún lo noto y eliminarlo es el trabajo que resta por hacer. Cuando te rebelas contra lo que te han marcado como bueno o correcto sientes culpa. Por no ser ingeniero, no ganar dinero, por no ser una persona normal o convencional. Ese sentimiento hace que no te permitas el goce, que te sientas mal, incluso frente a los mejores éxitos. En el fondo crees que no deberías ganar dinero porque no es lo correcto. Te limitas inconscientemente.
El proceso de liberación nunca termina, eso es un mito. Creo que, entre comillas, termina cuando aceptas que ese proceso es la vida misma. Haciéndose día a día y tratando de vivir cada momento con la conciencia más amplia posible. Ese es el reto y el sentido. La iluminación final sería aceptar que no existe la iluminación, que no hay cambios en lo que ocurre sino en la conciencia. La vida es un cambio continuo, un crecimiento eterno. FIN.